11.2.12

La república que no existe XI

Al volver de la caminata con Meztli, notamos la presencia de algunos izalcos que esperaban fuera de la casa donde se encontraba Anastasio, supimos que el Cacique Shupan y sus hombres de confianza, estaban dialogando con Anastasio acerca de la situación crítica que vivía el gobierno de Mariano Prado en San Salvador, debido a que no había podido apresar al líder de los nonualcos. Además le trataban de convencer para formar una alianza indígena centroamericana, para derrocar los gobiernos opresores de centroamérica y devolver a los pueblos aborígenes las tierras usurpadas por los invasores y sus hijos nacidos en Cuscatlán.

De acuerdo a lo expresado en varias ocasiones por Anastasio, sus más allegados lugartenientes me confiaron que su líder no estaba interesado en llegar tan lejos con su revolución, ya que su objetivo estaba casi cumplido: devolver la tierra a su pueblo nonualco y que el gobierno de San Salvador reconociera la autonomía de la República Nonualca con su capital en Tepetitán.

A pesar de que la reunión entre líderes indígenas se prolongó por varias horas, no hubo acuerdo. Los izalcos salieron con manos vacías de Tepetitán, pero con la promesa de que cuando terminara la lucha y se lograse el objetivo primario, el noble pueblo nonualco apoyaría cualquier estrategia para liberar al pueblo izalqueño del yugo de los hijos de Tonatiuh. "pajpadiush noble Tayte, nupal manua, gran líder y comandante general de las armas libertadoras de nuestro pueblo, estaremos en comunicación, nu majmanua y consejeros de mayor confianza ne tajtagat shule, la familia Ama, les visitará periódicamente, para informarles de los movimientos en San Salvador", esas fueron las palabras del líder izalco al marcharse.

Mientras descansaba, Meztli me relataba las historias de su pueblo, de como por siglos habían aprendido el lenguaje de la naturaleza, para vivir en armonía con la madre tierra, tanto para los nonualcos como para todas las demás etnias, la tierra, el sol, la luna y las estrellas eran lo más sagrado, y los hijos de Tonatiuh, que vinieron del norte, de la tierra de los aztecas, habían blasfemado y mancillado sus tesoros más sagrados, imponiendo la ley de un dios cruel y vengativo que le había dado grandes poderes a los hijos de Tonatiuh.

Las palabras de Meztli eran lastimeras, como vidrios en el corazón, sin embargo su voz no perdía dulzura, y sus ojos fácilmente reducían ese dolor con solo cambiar de tema. Ella estaba tan entusiasmada con la revolución, que resultaba imposible decirle que al menos a grandes rasgos, yo sabía como terminaría todo. Aunque lo que estaba viviendo distaba mucho de la imagen satanizada que los gobiernos de El salvador habían hecho de Anastasio, nada de esos intentos vanos podrían reducir, menospreciar, tergiversar o condenar las gestas heróicas de los nonualcos y su líder. Anastasio y su gente eran más grandes de lo que yo imaginaba. Los únicos que sabían de la grandeza de este hombre y su pueblo eran los opresores y usurpadores de su tierra, por esa razón trataron de perder su recuerdo y borrarlo de la historia, fracasaron.

Meztli tenía la fuerza de su pueblo en las venas, en su voz, en su mirada penetrante, y yo la escuchaba extasiado. Su belleza traspasaba la barrera del concepto físico, tomé su mano y la miré fijamente, ella sonrió, y con sus ojos me decía que su alma estaría siempre unida a la mía, no importaba el tiempo, la distancia, las diferencias, éramos dos espíritus, prisioneros en un limbo al que no pertenecíamos. La noche nos tomó por sorpresa mientras conversábamos y nos contemplábamos, la madrugada llegó sin avisar.

El párroco de San Vicente llegó a hablar muy temprano con Anastasio, las noticias no eran alentadoras, los militares habían encontrado otra forma de debilitar al poderoso ejército nonualco.

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