19.1.12

Masacre en el Mozote

 
 El tiempo invisible escribió la historia,
diciembre de mil novecientos ochenta y uno.
La gente recuesta su vida cotidiana en una hamaca,
las cocinas rugen cociendo maíz y frijoles…
Es El Mozote, enclavado en el regazo de tres cerros,
una aldea olvidada, al oriente, de El Salvador.
 
De pronto… cientos de soldados rompen la calma,
traen la muerte en sus mochilas camuflajeadas, 
el odio en sus ojos y el vacío en su corazón…
Las ráfagas intimidan el ánimo y alejan las sombras
los insultos se disparan sin descanso…
hiriendo los espíritus del sol.
 
¡Salgan todos hijos de puta! Ordenan, atropelladamente.
La indignación y la sorpresa hierven por dentro y se desnudan.
la tensión crece hasta convertirse en pánico insuperable;
los rictus de la muerte se adueñan del lugar…
se invoca a un dios, en ese momento, impotente.
los perros aúllan agorando la tragedia
 
¡Todos ustedes son guerrilleros! señala el sargento,
mientras el dedo aprieta el gatillo de su arma.
¡Ustedes son guerrilleros… y los vamos a matar!
Un silencio demacrado invade la estancia
la muerte enseña su sarcástica sonrisa.
 
El paisaje se pinta de ocasos tenebrosos… espantosos…
y a una nueva orden todos presos a sus casas.
 
Amanece… y la voz ronca del chacal increpa:
¡Rápido…Cabrones…Todos a la plaza!
los gallos cantan tristes, pero nadie los oye
el frío hiere hondo presagiando nefastos desenlaces.
Los soldados separan hombres de mujeres;
los ancianos y los niños se amontonan junto a las señoras.
El holocausto prepara sus rituales de muerte.
Los zopilotes ensucian el cielo esperando el festín.
Son mudos testigos los viejos amates del lugar.
Y empieza la dantesca e increíble carnicería humana.
Las balas ciegan la vida de los inocentes…
uno a uno van cayendo sin vida… mientras su sangre
se desliza por la tierra escribiendo sus historias.
 
Los soldados emborrachados de odio y morfina
prosiguen con las mujeres; jóvenes y viejas,
sin distingo alguno ven como las bestias
en sed de lujuria ultrajan sus delgados cuerpos,
que en gestos de rabia se rinden y lloran.
Después las queman en enormes piras humanas.
 
El olor a carne quemada, el alcohol y otras hiervas
embriaga de muerte a la soldadesca,
quienes en danzas macabras juegan a ser diablos:
un niño es lanzado con fuerza hacia arriba,
abajo un soldado lo recibe con su yatagán,
el cuerpo sembrado se exhibe en botín de “guerra”.
Los demás pequeños son sacrificados en loco banquete.
 
La noticia es triste e inverosímil:
Mil campesinos salvadoreños asesinados
por los “angelitos de la muerte” del Batallón Atlacatl.
Una victoria gloriosa del poderoso ejército salvadoreño.
que derrotó en fiera batalla a mujeres y niños.
 
La noche se impregna de fúnebre aroma
se van los soldados, con ellos la vida…
 
Las luciérnagas… no alumbran más… en El Mozote.
 
 
  (Marden Nóchez)

1 comentario:

DANNTO dijo...

La historia real y escrita + tu orden de volver a recordar las blancas intensiones del Atlacatl. Bien hecho!