18.1.12

La República que no existe X



El ejército de Anastasio partió a San Vicente, al llegar no encontraron resistencia de ningún tipo, no había soldados ni otro tipo de defensa civil.

Anastasio y los suyos hicieron campamento en el parque central. El ruido de la ocupación era ensordecedor, pero nada perturbaba la concentración del líder de los nonualcos. Mientras sus hombres preparaban el campamento, mujeres y ancianas se acercaban a hablar con el líder. Entre sollozos y lamentos le relataban como  los soldados llegaban a sacar a los hombres de sus tierras, solo por ser aborígenes, los torturaban y culpaban de los levantamientos de los nonualcos. También le hicieron saber que los patrones de las tierras donde se estaba asentando la República Nonualca, estaban furiosos, y por esas tierras habían cobrado cientos de vidas indígenas, niños, mujeres, hombres y ancianos habían servido para saciar la sed de venganza de los hijos de Tonatiuh.

Al preguntar qué acciones había tomado el cura de la localidad ante la matanza de los indios, las mujeres le dijeron que él solo se limitó a decir que debían sufrir con resignación y respeto esta situación, ya que el dios de los blancos era el que había permitido tales atrocidades debido a la rebeldía y al pecado de los indios que habían quitado las tierras de los hijos de Tonatiuh.

Horrorizado escuche todas las atrocidades y las grandes masacres cometidas por los soldados, que habían recibido instrucción de los grandes jefes blancos.

Anastasio se indignó tanto al escuchar los relatos, que en compensación por todo el sufrimiento causado a su gente, ordenó a su ejército acompañar a las ancianas y las madres hasta las casas de los grandes terratenientes de la localidad y que tomaran todo cuanto fuere necesario para saciar el hambre y las necesidades de las viudas y madres que habían perdido a sus hijos.

Ese día hubo un saqueo en la ciudad, uno de los hijos de Tonatiuh que se había adueñado legalmente de grandes extensiones de tierra se allegó a Anastasio para clamar misericordia, ya que el ejército nonualco iba a quemar toda su hacienda, casa y pertenencias, además le dijo que había escuchado comentarios que también quemarían la ciudad.

Anastasio le dijo que él nunca dió orden de quemar nada y así sería cumplido.

Las riquezas que se le habían arrebatado a los grandes hacendados de ese lugar para las viudas, niños y ancianas, eran tan abundantes que incluso alcanzaba para darle de comer a todo el ejército durante meses, y no eran ni la mitad de lo que aún quedaba en los lugares de donde habían sido saqueados. Yo mismo me pregunté... ¿toda esta comida solo para la familia de los dueños de las tierras?... nunca se la alcanzarían a comer en su vida...

Mientras observaba a los soldados cargando los víveres, vi a Anastasio entrando en la iglesia Del Pilar con el cura... estuvieron hablando por largo rato, finalmente salió de la iglesia solo. Al acercarme a él y a sus lugartenientes alcancé a escuchar que el párroco lo había excomulgado de la iglesia, por los robos que había hecho a los ciudadanos nobles de la ciudad. Anastasio mencionó que el cura le preguntó si se arrepentía de la injusticia que había cometido, y él le contestó: -"no me arrepiento de esto, así como ellos no se arrepienten de habernos arrebatado nuestra tierra y de asesinar a nuestros jóvenes, niños, mujeres y ancianos"-.

Al día siguiente por la madrugada, se tuvo noticias del ejército del Mayor Cuéllar, que se acercaba a San Vicente, Anastasio no se preocupó y ordenó a sus tropas comer bien y prepararse para el encuentro, antes de que saliera el sol los nonualcos ya estaban en la gran explanada del valle Jiboa, alineados y esperando a que los soldados del ejército de los hijos de Tonatiuh hiciera su llegada. Observé curiosamente que el ejército militar del Mayor cuéllar estaba formado casi en su totalidad de indígenas jóvenes, solo los mandos eran hombres blancos. Ahi me di cuenta que muchos de esos jóvenes habían sido secuestrados para obligarlos a enfilar ese ejército, bajo amenaza de matar a sus mujeres e hijos.

El silencio inundó el valle Jiboa, solo se escuchaban los cantos de los torogoces. Un jinete del ejército militar se adelantó y se paró frente al gran ejército de Anastasio, a viva voz, gritó con una voz titubeante: -"guerreros nonualcos, el Gobierno del Salvador les ordena que se rindan y entreguen sus armas al Mayor Cuéllar"- los nonualcos no pudieron contenerse y estallaron en carcajadas. El soldado se dió la vuelta y regresó a sus filas.

Anastasio pasó al frente de su ejército, levantó su gran bordón de guayabo y gritó con una voz estruendosa que se escuchó en todo el valle: -"¡Adeeeeeentro santiagueños!"- los nonualcos iniciaron su avanzada de frente, directo contra el enemigo, su paso hacía temblar todo el valle, el polvo que se levantaba hizo parecer que una avalancha se precipitaba, el sol naciente se opacó a causa de la nube de tierra, los soldados de cuéllar estaban aterrorizados, -"¡es un brujo, los ha convertido en humo y ha ensombrecido al sol!"- decían los pobres e intimidados enemigos, mientras varios iniciaban la huída despavoridos, a cada metro que avanzaba el ejército nonualco, grupos de soldados huían por la retaguardia.

En un instante fugaz, el choque de los ejércitos se escuchó como el ruido de un tren de vapor a toda marcha estrellándose contra una montaña, pedazos de metal de corvos, cumas, astillas de lanzas, olor de pólvora y ruido de disparos se escucharon, los hombres de ambos bandos caían mutilados, con muecas de dolor en sus rostros, pero mi sorpresa fue mayor cuando me percaté que casi la mitad del ejército de Cuéllar se había hecho a un lado, se quitaron la camisa y empezaron a gritar -"¡que viva el ejército nonualco, que viva Anastasio Aquino!"- esos hombres se habían vuelto contra su mando militar y Anastasio junto con sus hombres ya lo sabían, incluso los que habían salido huyendo antes de la refriega habían regresado, y se unieron a la lucha del lado de los nonualcos, el Mayor Cuéllar vio que era imposible ganar esa batalla e inició la huída, Anastasio lo vió y se lanzó en su persecución, corrió como venado por los montes del valle hasta que le dio alcance, lo derribó y una vez en sobre él le dijo -"eres prisionero de las armas libertadoras de la República Nonualca"- el Mayor Cuéllar se carcajeó irónicamente, -"si me atrapás, tenés que matarme indio maldito, hijo del diablo, y así vas a tener que hacer con todos nosotros, porque si me matás a mi, vendrán más y si se acaban los de este país, van a venir del otro lado del mundo y van a acabar completamente con tu  raza maldita, esta tierra que les hemos quitado nunca volverá a ser de ustedes, animales, salvajes malditos. Matáme ahora, porque si me dejás vivo te voy a matar a vos y a tu maldita familia, amigos, y toda tu raza de animales"-.

Antes de que el Mayor Cuéllar pudiera seguir hablando, Anastasio le cortó la cabeza de tajo con un corvo, volvió al campo de batalla y se dió cuenta que la batalla había terminado, los hombres leales a Cuéllar estaban muertos y los sobrevivientes habían huido.

Cuando Anastasio estaba frente a su ejército, hombres cansados, ensangrentados, heridos, enfurecidos, al ver a su líder empezaron a gritar, ¡VICTORIA, VICTORIA, VICTORIA! y Anastasio levantó sus brazos para saludar a sus camaradas.

Con otra victoria en su historia, el ejército nonualco regresó a Tepetitán, descansaron y celebraron. Yo me quedé junto a Meztli, hablamos toda la tarde y caminamos hasta un riachuelo, la hermosura de la india me estaba cautivando.

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