15 de Diciembre de 2013 a la(s) 6:0 - Un reportaje de Carlos Chávez
http://www.laprensagrafica.com/2013/12/15/la-desavenencia-cultural
No. No hay planes de rescate para este templo del siglo XVI en Caluco.
Existe un maridaje entre lo cultural y lo económico. Si no fuera cierto, la máxima dirigente de la cultura nacional, Magdalena Granadino, no tendría que inaugurar este concierto explicando que no ha sido una despilfarradora.
—Antes de “aperturar” este concierto sinfónico, quiero decirles que no voy a hablar sobre las acusaciones de despilfarro de la prensa. Pero las mentiras tienen piernas cortas y…
Granadino lo decía el domingo pasado, desde la explanada del antiguo cuartel El Zapote, ante la expectación de unas 300 almas. Luego tomó asiento en primera fila, para fotografiar con su iPhone lo que ella llama “su proyecto personal”, algo así como el mayor de los legados de su gestión que está por cumplir dos años: el Sistema de Coros y Orquestas Juveniles. Un programa con rostro de músicos adolescentes que ha recibido financiamiento de Italia y el BID, y que en un principio iba a llevar a cabo Vanda Pignato, la primera dama. Mientras Granadino tarareaba “solo se vive una vez” –el viejo éxito de las españolas Azúcar Moreno–, un miembro involucrado en el mismo coro, que eligió mantenerse en el anonimato, aseguraba que este proyecto requirió de la subcontratación de algunos maestros de diferentes coros, como el Coro Nacional. Que se les dijo que tendrían que viajar y formar a jóvenes y ancianos en diferentes casas de la cultura del país. Y que se les pagaría $11 por cada hora trabajada. Que a lo sumo, trabajarían tres horas.
—Al final, pagaron solo tres horas, a $7 cada una. Y uno invertía todo un día por $21. A esos $21 había que restarle $3 de pasaje, $5 de comida y el 10 % de la renta.
Este empleado podría jurar que no desvirtúa el resultado inmediato del “proyecto personal” de Granadino, sino sus “atropellos” a la dignidad laboral: “El Coro Nacional gana una mierda (algunos ganan entre $125 y $135 al mes) y se le exige como si devengara $1,000”. Además, subraya que ni siquiera se continuó con el proyecto de “profesionalización en música” –impulsado por Alejo Campos, el director argentino de Relaciones Internacionales y Cooperación Externa– que beneficiaría a 55 músicos salvadoreños al ser instruidos por profesores de una universidad colombiana. “Dijeron que los colombianos cobraban caro y allí paró todo”. Las desavenencias en el interior de esta barcaza llamada Secretaría de Cultura (SECULTURA) parecen innumerables (desde el gremio de teatro al de arqueología, pasando por la Casa de las Academias y la Dirección de Publicaciones e Impresos) y casi todas giran alrededor de cómo se administran los $16 millones anuales que el Estado le ha asignado a la cultura.
Hito. SECULTURA tuvo un papel muy débil durante y después de la destrucción del mural de Fernando Llort a inicios de 2012. Ramón Rivas prefirió renunciar a la institución.
“La llegada de Granadino vino a desbalancear el presupuesto de SECULTURA. Es contradictorio, dice que no hay fondos (para mejoras salariales), pero gasta a diestra y siniestra. Paga un local de $3,000 mensuales para el sistema de coros. Este trimestre ha contratado a 15 personas más y ha pedido al Gobierno un refuerzo presupuestario de $600,000 más”, asegura Basilio Ayala desde el Centro de Gobierno.
Basilio es uno de los más de 900 empleados sindicalizados de SECULTURA que el mes pasado llegaron a lo insólito: 14 días de paro que tenían por bandera el escalafón. La situación volvió inexpugnables a la Sinfónica Nacional, a 163 casas de la cultura, al zoológico, a la Biblioteca Nacional, al Palacio Nacional, a todos los teatros, a museos y a pirámides precolombinas como las del Tazumal y San Andrés, a la escuela de danza, al CENAR... para terminar aceptando, para 2014, el pago de una canasta básica para unos 1,100 empleados que han estado ganando menos. Sus demandas han contado con el apoyo envalentonado de funcionarios como Krisma Mancía, directora de Casa de la Cultura de la Mujer, y Mayra Barraza, directora de Espacios Culturales, quien dejó entrever que la cúpula de Granadino “le solicitó nombres y apellidos de las personas que impedían el acceso a los espacios durante el paro laboral”. Nadie sabe aún para qué.
De momento, el sindicato ha dejado de exigir la destitución de Granadino.
—La señora no solo ha llevado un estándar de vida alto, ha incurrido en nepotismo: ha puesto como directora de la red de las casas de la cultura a su comadre Aura Úrsula. A cargo de “Vive la cultura” tiene a una ahijada; a María Antonia Lima, su hija, parece que le ha puesto un negocio en el MUNA a nombre de su yerno. Y por si fuera poco, trata a su personal más inmediato de tontos y babosos –cuenta Basilio con cara de sufrir migraña.
Su expresión facial recuerda a la del antropólogo Ramón Rivas cuando le recuerdan sus últimos días como director de Patrimonio Cultural en SECULTURA. Desde su oficina, en la Universidad Tecnológica, Rivas no tiene empacho en asegurar que la gestión cultural de este Gobierno ha sido un desastre. “No han puesto a la persona idónea para que lidere una institución tan importante como lo es cualquier otro ministerio. La cultura es el eje transversal de todo, de lo social, de lo político, lo económico. Pero este Gobierno no tomó en serio a la cultura”.
—La pregunta es ¿qué entiende por cultura Magdalena Granadino y el séquito de directores que ha puesto para que la acompañen? Lo único que entiende por cultura es quebrar piñatas y desarrollar actividades de tipo alegre.
Rivas lo dice en referencia a otro de los proyectos-estrella de Granadino: “Vive la cultura”, cuya sede es la antigua Casa Presidencial, enclavada en el alicaído barrio San Jacinto. Allí, además de las subsedes, el Palacio Nacional y el MUNA, se desdobla el concepto de todo-en-uno y sin pagar un centavo: museo-pinacoteca-mercado-teatro-marimba-rock-&-roll. Rivas asegura que le tiene sin cuidado la titulación de Granadino, ignora si es bachiller o solo tenga el grado de “cosmetóloga”, como le endilgan muchos en SECULTURA. Lo que critica es su gasto. “Para tener coros no se necesita tener una SECULTURA. Se podría contratar una ONG, pero no necesitas ese aparato de mil y tantos personeros”.
En los 17 únicos días que trabajó para Granadino, Rivas asegura haber visto escenas propias de una película hollywoodense de Reese Witherspoon. Que suprimer día en el Centro de Gobierno fue para criticar el trabajo de los seis directores que encontró. Que no quería estar allí. Que había que transformar su baño...
“Era interesante ver aquel séquito de gente llevando muebles para la oficina de Granadino, parecía que eran gitanos. Y todo para que luego dijera que se iba a otro local alquilado, donde dicen que hasta remodeló el lugar de una manera pomposa”. Rivas habla sobre el cambio de su sede burocrática a la colonia Buenos Aires. “Si dirige desde allá, no sé cómo hace para vigilar a sus subalternos (del Centro de Gobierno)”, se pregunta. En cambio, muchos de los empleados que quedaron en el Centro de Gobierno cuestionan los más de $20,000 que Granadino habría gastado en reformas estéticas y de logística de su nuevo inmueble. Los costos los ha dado a conocer el sindicato.
“Respeto, eso es lo que le falta a Granadino”, dice Rivas. Por eso afirma que renunció dos veces, y todo a raíz del desmantelamiento del mosaico, obra del artista Fernando Llort, que revestía la fachada de Catedral Metropolitana. “Por televisión, el arzobispo decía una cosa un día y al día siguiente decía otra. Hasta habló de acosos (de SECULTURA) a la Iglesia. Luego Magdalena me llamó para regañarme, me pidió dejar de dar declaraciones, con la trampa de que Mauricio Funes estaba encachimbado. Allí entendí que no podía trabajar con ella. Le puse la primera renuncia y frente a todos sus directores, con el ímpetu que la caracteriza, me rompió la renuncia”.
Para Ramón Rivas, la de Granadino será recordada como la gestión cultural más desastrosa de las últimas décadas. “Antes, por lo menos, había un respeto por el patrimonio edificado y el arqueológico. Había un respeto a la Orquesta Sinfónica y a los museos. Esta señora, en un momento de reflexión, hubiese dicho: ‘Yo no sirvo para esto y mejor me retiro a organizar fiestas o vender cosas como lo hacía en el MARTE’”.
En el interior del país, SECULTURA tiene una presencia fantasmagórica. O eso parece. Sus más de 160 casas de la cultura abren sus agendas y puertas a capricho de quien las dirige. Por ejemplo, a mitad de la semana y de la mañana, la de Armenia se presenta cerrada. La de San Julián, que hasta hace un año exhibía una colección de inodoros destartalados en su techo, fue finalmente clausurada por la alcaldía. Y en la desolada sede de Izalco –un poblado famoso por su raigambre indígena– su directora fríe unas croquetas de pollo junto a los estantes de la biblioteca del lugar.
—¿Qué quieren? –pregunta con recelo. La directora apaga el fuego del sartén y se retira a uno de los cuartos del inmueble.
Un colaborador del lugar –quien prefirió mantener el anonimato para no arriesgar su seguridad laboral– asegura que desde el año pasado, cuando inició la gestión de Magdalena Granadino, recibieron órdenes estrictas de no dar declaraciones a la prensa. Esta política recuerda a lo dicho, poco antes de fallecer, por el escritor y exdirector de la Casa del Escritor Rafael Menjívar Ochoa: “Si en función de mi trabajo como empleado de CONCULTURA (institución antecesora de SECULTURA) no puedo decir lo que me parezca correcto o denunciar lo que me parezca incorrecto, qué feo sería trabajar donde trabajo y en lo que trabajo. Lo que estoy vendiendo al Estado –a los que pagan impuestos, pues– es mi tiempo, mi trabajo y mi experiencia, no mi alma”.
Y quien tampoco tiene pelos en la lengua es un moreno encanecido que tiene su mirada anclada en esas croquetas a medio freír, don Alonso García. Él funge como mayordomo de la cofradía más importante de Izalco –y quizás la de todo el país–, la del Padre Eterno y la de la Asunción de María. “Estas cofradías sobreviven gracias a que organizamos excursiones a la playa o Guatemala; porque de barato se necesitan $5,000 cada año. La alcaldía da el 2 % de eso. Y la señora Granadino, cero, así, cero”.
Este mayordomo lamenta que Granadino tenga sangre sonsonate que aún así, la institución que timonea no se interese por mantener la cultura de los pueblos originarios, “ellos más bien son comerciantes de la cultura”, dice. Un par de cuadras más al sur, el panorama desalienta un tanto más.
La casa Barrientos –un caserón construido en 1864 y declarado Monumento Nacional en 1991– necesita cosas tan de base como un apuntalamiento. Se desmorona. En su salón menos cuarteado, destacan los cabellos rubios de Mary Ann Carmel, una estadounidense que voluntariamente enseña artes a un puñado de niños, con materiales que ella misma sufraga. La suya es la única actividad de este inmueble, que contrasta con la relumbrante construcción que jalona el patio. Una en la que la Cooperación Italiana invirtió más de $700,0000: el Centro para la Conservación del Patrimonio Cultural. Según vecinos y alumnos de Mary Ann, este centro ha tenido poca o nula actividad, desde que fue inaugurado hace menos de tres años. Carlos Leiva Cea, un gestor cultural izalqueño, incluso acusa de nepotismo a la directora de ese centro, Leticia Escobar, quien formó y contrató a su yerno –un bailarín– como restaurador.
Deshaciendo el camino andado, y de vuelta en San Salvador, interviene Roberto Galicia, el exdirector de CONCULTURA y actual capitán del MARTE (de índole privada). “La institucionalidad del país es débil. Y eso permite que instituciones (como SECULTURA) respondan, cada período de tiempo, a los intereses de la persona que llega. Cuando estos coinciden con los de la institución, el trabajo es perfecto; cuando no, allí es el problema”, arranca Galicia, en alusión a la gestión de Granadino. A ella la conoce desde mucho antes que se convirtiera en “directora general de cultura” de Cancillería, al inicio de la administración Funes. Antes, Granadino era parte de la directiva de la boutique del MARTE, donde siempre se han vendido cosas como corbatas y bisutería.
Galicia reconoce que su gestión obedeció a otra coyuntura –la de 1995 a 1999–, pero descarta que la “problemática” actual obedezca a cuestiones presupuestarias. “Cuando uno acepta un cargo público, no se puede poner como excusa el presupuesto o la burocracia. El organigrama actual de SECULTURA me lo imagino como un ciempiés: ¡doce directores nacionales! En mi tiempo eran tres. La burocracia se crea, no nace”. Para Galicia está claro que por destinar fondos para salarios ha disminuido el dinero para proyectos. Y, por consecuencia, no entiende la razón de haberse ido del Centro de Gobierno para arrendar otro local. Y más allá de la administración de fondos, Galicia estima que el trasfondo principal de todo es otra cosa, el respeto.
—La clave es que se ha perdido el respeto. Tanto de Magdalena Granadino hacia sus subalternos; como el del personal hacia ella. Hemos perdido el tiempo en enterarnos de las desavenencias que hay allí dentro y no de los resultados que pueda haber en esta gestión.
La Secretaría de Cultura ha instalado su cuartel general en medio de ese bulevar cuajado de restaurantes de fast food, el de Los Héroes. Por fuera, luce como una caja blanca con letras doradas. Según una copia del contrato de arrendamiento, y contando desde marzo de 2012, este inmueble le ha supuesto al Estado un coste de $275,000. Esto sin tomar en cuenta que el alquiler mensual, de $12,500, no incluye el pago de los servicios de luz, teléfono y agua. Varios días después, su directora, Magdalena Granadino, dirá que la decisión de haber salido del Centro de Gobierno –donde no se pagaba alquiler– fue tomada durante la gestión de su predecesor, Héctor Samour. “Cuando yo llegué, a los 15 días ya estaba el contrato hecho que se venía gestando desde agosto del año anterior”.
Según Basilio Ayala, el sindicalista, “efectivamente, Samour hizo ese contrato para tener en otro lugar el archivo institucional y al final aquí se quedó ese archivo. Pero ella se aprovechó de esto para justificar llevarse las oficinas de todos los directores nacionales, cuando había espacio aquí, en el Palacio (Nacional) y en la ex CAPRES (Casa Presidencial)”. Hace una semana, Granadino descartó trasladarse allí para dejar de pagar $12,500 mensuales: “Esos edificios son para disfrute de la gente, no para oficinas”.
Para intentar entrevistar a Granadino esta mañana en su oficina, el proceso burocrático ha supuesto interpelar a dos agentes de seguridad, a un miembro del sindicato, a una recepcionista, a dos secretarias personales y a la encargada de comunicaciones de SECULTURA (a la que, varios días antes, le fue enviada una solicitud por correo electrónico, sin respuesta alguna), y pese a lo anterior, sin éxito alguno. Por dentro, el inmueble ha sido aderezado con obras de arte estatales sacadas del inventario de la Colección Nacional, que ha tenido por sede la Sala Nacional de Exposiciones, en el parque Cuscatlán. Desde el pasillo principal se pueden ver los cubículos de los 12 directores que ha requerido esta gestión (Samour tenía seis; Breni Cuenca, cuatro), lo que ha significado un aumento en el pago de planilla de más de $300,000 en casi dos años. El único transeúnte lleva tacones altos y la mirada entristecida debajo del rimel de sus pestañas, es Astrid Bahamond. Hasta que se fue Samour, Bahamond solía ser la directora nacional de Artes. Ahora ocupa una plaza que antes no existía, la de asesora de Direcciones Nacionales. Con un fólder en mano, Bahamond se pierde al final del pasillo –donde están las exquisitas oficinas de Granadino, atiborradas con pinturas, libros, alfombras, cojines, muebles y espejos– no sin antes esquivar la escultura en piedra de un cuche de monte.
La escultura tiene su simbolismo. Según el blog de Mayra Barraza –una de las 12 directoras de la administración de Granadino–, antes de que Romeo Galdámez (el artista visual que relevó el antiguo cargo de Astrid Bahamond) pusiera su renuncia, ya había expresado que “a pesar de creer en ‘el proyecto de nación’ de este Gobierno, y de tener un sentido del deber casi mesiánico hacia este país, no podía continuar dentro de la institución en las condiciones en que se encontraba… (a Romeo) le habían asignado una pequeña oficina de dos por dos metros detrás del cuarto de las fotocopiadoras”. Barraza describe que antes de irse, Romeo Galdámez dejó un “genial mensaje subliminal”: “Colocó en el solemne pasillo de ingreso a las oficinas principales (la escultura del cuche), como exquisito guiño orwelliano de despedida”. Por cierto, el adjetivo orwelliano se utiliza para referirse a las políticas de una dictadura que intenta mantener un control absoluto de los ciudadanos de una nación valiéndose de cualquier medio a su alcance.
Pese a lo dicho por Mayra Barraza –y por Jorge Dalton, el director de Cine y Audiovisuales de la SEC, quien ha denunciado las condiciones laborales “indignas” de muchos empleados–, continúa trabajando en este lugar, “pese a que nos han prohibido dar declaraciones desde siempre, que nos han exigido lealtades más allá de lo correcto”. Según el sindicato, los que se han quedado lo han hecho en razón del salario, cada uno de los 12 directores gana entre $2,200 y $2,800, más un bono mensual de $200 de gasolina. Pero a cambio –según fuentes que prefieren mantenerse en el anonimato– deben soportar los reclamos, descréditos y hasta insultos de Granadino. Bajo esta situación habrían salido Romeo Galdámez, Víctor Huezo, Luis Monterrosa, Katya Romero, Róger Lindo y Georgina Hernández, quien poco después de renunciar sufrió una parálisis facial.
De hecho, el ambiente laboral de la SEC se percibe acartonado, tenso. Todo mundo parece hablar y sonreír de manera calculada, sobre todo la encargada de comunicaciones, quien responde de manera cliché: “Fíjese que ella (Granadino) tiene una agenda complicada, tiene reunión con sus directores y otros eventos. Quizá el domingo, durante el concierto de cierre de temporada (del Sistema de Coros y Orquestas Juveniles), pueda hacerle consulta. Pero le voy a preguntar antes”.
Si para su predecesor, Federico Constantino Hernández, su legado más grande fue el “Diálogo nacional por la cultura” –una especie de diagnóstico popular sobre qué es cultura–, para Magdalena Granadino ha sido haber “acercado la cultura al pueblo”. Por lo menos aquí, en la antigua Casa Presidencial, la sede de “Vive la cultura”, hay un puñado de ancianos que fueron traídos de un asilo cercano para que escucharan a la marimba Cuscatlán junto a unas ventas de hot dog y nachos.
—Vine porque leí en el periódico que todo esto era gratis. Y hasta hoy que conozco este edificio (ex CAPRES), es una belleza. Y no me aguanto por escuchar a los coros –aseguraba una vecina de este barrio.
Junto a la ex CAPRES, en la escalinata del mausoleo del prócer Manuel José Arce se desarrolla la clausura de temporada del famoso Sistema de Coros y Orquestas Juveniles. Los músicos son adolescentes de poblados como Chalchuapa, Ilobasco, San Miguel y Santa Ana. En el boletín del concierto aparece una aclaración disimulada: Alejo Campos –el actual director de Relaciones Internacionales y Cooperación Externa, quien, de acuerdo con el sindicato, tiene un salario ligeramente superior al resto de directores, $3,000– aparece descrito como director de este coro “ad honorem”.
Aquí, tanto Alejo como Granadino lucen contentos. Intercambian guiños y piropos. El concierto empieza, resuena el “Mambo” de Pérez Prado. Él la saca a bailar. Risas. La gente aplaude. Con lágrimas, la madre de uno de los jóvenes músicos le agradece su gestión a Granadino. Y al menos aquí, la música no deja escuchar el ruido de las desavenencias y las inconformidades presupuestarias, y análisis como los de Roberto Galicia: “El problema (de los coros) es que si bien están satisfaciendo las aspiraciones de muchos jóvenes, se está desnaturalizando su razón de ser. Lo estamos viendo como un espectáculo y no como un proceso de formación”.
Con esta música coral uno se siente en una isla perdida. Lejos de esa escuela de restauración izalqueña que siempre pasa cerrada y de ese mayordomo quejumbroso. Lejos de esas 163 casas de la cultura que abren a capricho, de ese averiado Parque Infantil y del grandilocuente edificio del MUNA que solo tiene dos de sus cuatro salas abiertas; lejos de las decenas de empleados que ya fueron despedidos y de las quejas que surgen desde la histórica Orquesta Sinfónica Nacional y del gremio de arqueólogos y hasta de muchos escritores e investigadores, cuyos textos no se publican. Aquí no hay sindicalistas que cuestionen cómo se gastan esos $16 millones anuales.
El concierto termina con una ovación. Solitaria y de pie, Magdalena contempla a su coro. Parece que es el momento de entrevistarla, brevemente, porque ese fue el acuerdo con su jefa de prensa, quien días antes dejó entrever que sería imposible algo más formal —algo como para contrastar las declaraciones del sindicato, de las acusaciones de nepotismo, de los señalamientos a la forma en la que administra el presupuesto, del alquiler y remodelación de inmuebles, de su trato hacia los funcionarios de la institución y más—. Llegado el momento, casi de manera condicional la jefa de prensa preguntó sobre qué temática versarían las preguntas, se le dijo, de forma abreviada, “coros y gestión”.
—Cuando termine su administración, ¿cómo cree que se le va a recordar? ¿Será que su gestión ha sido un tanto vertical y arbitraria?
Su rostro se vuelve rojo y suspira: “Yo quisiera que la gente no me recordara... Soy muy trabajadora y soy líder de mi grupo, y si eso es autoridad, pues ejerzo autoridad. La gente que me conoce, que me quiere, que ha visto mi trayectoria, no opina nada porque confían en mí. Lo demás no me importa”.
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