A
la hora de la siesta mi madre nos acostaba a mi hermana y a mí en una hamaca de
colores, azul, rojo, verde, amarillo; colgada en una habitación intermedia a la
sala y la cocina, nos mecía y cantaba uno tras otro los cantos de la procesión
de las posadas.
El
sonido de su voz y el vaivén nos arrullaban hasta llegar al país de los sueños;
los sueños no los recuerdo pero las canciones, aun ahora las canto de cuando en
cuando.
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