16.2.12

La República que no existe XII

Después de escuchar al cura, Anastasio salió de la casa y tomó un caballo, su amigo de confianza se apresuró tras de él y yo les seguí en otro caballo, la cabalgata no se detuvo hasta llegar a Zacatecoluca. Una vez ahi, Anastasio y su amigo se mezclaron entre la gente del mercado, Meztli y yo los seguíamos a distancia prudente.

la figura de Anastasio, siendo la de un indio nonualco, se camuflaba perfectamente entre el gentío, casi desaparecía, se hacía uno con su pueblo y el pueblo lo acogía sin escándalo, sin extrañeza, como uno más, nadie delataba la presencia del gran comandante, como si todo fuera parte de un plan.

El Comandante y su amigo se sentaron en unos troncos, y pidieron algo de tomar a una anciana vendedora junto a ellos, la anciana les dió a beber chicha. Los amigos se emborracharon, Anastasio le confió  lo que el cura le dijo: los militares estaban sacando de las casas a todas las familias, padres, madres, hermanos e hijos de los que formaban el ejército nonualco, y los ejecutarían por familias, hasta que el líder rebelde se entregara voluntariamente.

El amigo puso su mano en el hombro de Anastasio, "Si la libertad de nuestro pueblo se paga con la vida, todos los que te seguimos estamos dispuestos a ser moneda de cambio hermano, y vos sós el único capaz de cerrar el negocio de la libertad, con sangre". No era necesario escuchar más, Anastasio era un mártir aún antes de morir, sufría su corazón, su rostro lo reflejaba, como si la angustia de su raza se dejaba sentir plenamente en su cuerpo, entonces comprendí por qué había llegado al mercado, quería sentirse cerca de su pueblo, llenarse de la fuerza de su gente, renovar su energía, ver al pueblo por el que estaba luchando una vez más, como si presintiera que su luz se estaba extinguiendo.

Súbitamente alguien se acercó discretamente a Anastasio y su amigo, les indicaron que soldados se aproximaban al mercado, a buscar familiares de nonualcos levantados en armas, "¡que me lleven a mi de una vez!" exclamó Aquino, pero su amigo, Meztli y los indios del mercado lo hicimos levantar a la fuerza, y a empujones, de todos los que ahi se encontraban, que ya formaban un gran conglomerado, logramos sacar al Indio del mercado, subirlo al caballo y huir del lugar.

Mientras salíamos del pueblo, logré distinguir al cura que había hablado con Anastasio, que se dirigía al cuartél de Zacatecoluca, tuve curiosidad y le dije a Meztli que se fuera a Tepetitán, que yo llegaría después. Seguí al párroco, y me quedé junto a una ventana del despacho donde entró a hablar. para mi sorpresa el cura le estaba explicando a los oficiales del ejército con un gran lujo de detalles, las posiciones de guardia, horas de descanso, tipo de armas y número aproximado de hombres del ejército nonualco, era un trabajo de espionaje que había realizado todas las veces que visitó al indio Aquino. De nuevo los sacerdotes de los hijos de Tonatiuh se habían prestado para hacer el trabajo sucio.

Había escuchado suficiente, salí del lugar y descubrí que en el cuartel se preparaba una gran ofensiva contra los nonualcos, cabalgué los más rápido que pude, llegué a Tepetitán casi al anochecer y me dirigí inmediatamente a hablar con Anastasio, al estar frente a él, lo noté muy sereno, repuesto de la embriaguez, "Anastasio, son más de cinco mil hombres los que se están preparando, entre blancos e indios, parece que algunos vienen de guatemala y México, tienen muchas armas... y el cura..." antes de poder seguir Anastasio levantó su mano, sonrió serenamente, y me dijo que lo sabía todo, "extranjero, mi misión está por completarse, mi pueblo se ha dado cuenta que los hijos de Tonatiuh no son dioses, mi pueblo ahora sabe que tenemos derecho a pelear por nuestro futuro, por nuestra tierra, esta lucha seguirá, apenas ha comenzado el camino de la libertad, los hijos de nuestros hijos seguirán luchando, inspirados en estas batallas, se sentirán orgullosos de nosotros, porque nunca nos humillamos ni nos conformamos ante la injusticia de los invasores, antes, los nonualcos preferimos sacrificarnos y nunca doblegarnos ante los tiranos que proclamaron una república para ellos en las tierras de nuestros abuelos, esos tiranos nunca van a escuchar un ruego de nuestra boca, tendrán que luchar por siempre contra nosotros, y a pesar de que proclamen en papel y tinta la pertenencia de estas tierras, en sangre y voz, estas tierras serán conocidas como las tierras de los nonualcos".

Al terminar de pronunciar esas palabras, Anastasio salió de la casa y desde el umbral de la puerta se dirigió a todo el pueblo, a voz en cuello y con un escriba a su lado pronunció EL DECRETO DE TEPETITÁN:


Anastasio Aquino, Comandante General de las Armas Libertadoras de Santiago
Nonualco. En este día he acordado imponer las penas á los delitos que se
cometan y son los siguientes:
1a. El que matare, pagará una vida con otra.
2a. El que hiera, se le cortará la mano.
3a. El que atropellase á las autoridades civiles y Jefes militares, será
castigado con diez años de obras públicas.
4a. Los que atropellaren á las mujeres casadas ó recogidas serán castigados
con arreglo á las leyes.
5a. El que robare, tendrá la pena de cortarle la mano, por primera vez.
6a. Los que anduvieren de las nueve de la noche en adelante, serán castigados
con un año de obras públicas.
7a. Los que fabricaren licores fuertes, sufrirán la multa de cinco pesos por
primera vez, y por segunda la de diez.
Dado en Tepetitán á dieciséís de Febrero de mil ochocientos treinta y tres.

Acto seguido, levantó sus brazos y gritó con todas sus fuerzas: ARMAS LIBERTADORAS DE LOS NONUALCOS: !LA LUCHA TERMINA CUANDO EL CUERPO MUERE!

Todo el pueblo y el ejército reunido en el centro del pueblo gritó y aplaudió. La república había sido fundada y estaba por librar una guerra.

Continuará el capítulo final.

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