10.12.11

La República que no existe IX

El carcelero supo que Anastasio había huido hasta que un Capitán asustado gritó horrorizado al ver la celda vacía, El carcelero se cayó de su silla al escuchar el grito de su superior, ambos corrieron a la oficina del cuartel a decirle al Vice Jefe del ejército salvadoreño, Joaquín de San Martín en persona que el líder rebelde había escapado, la voz se corrió rápidamente en zacatecoluca y los alrededores, pues todo el pueblo colaboró escondiendo a Anastasio en sus casas, proporcionando ropas para disfrazarlo y proveyendo comida para él, Meztli y yo.

Los soldados, del cuartel se enfadaron primero al ver que por donde pasaban, los pueblerinos se reían a espaldas de ellos, o les lanzaban comentarios burlones se escuchaban preguntas como -"¿se les ha perdido algo?-" tanto se enfurecieron los soldados y tan fuerte era el rumor que Anastasio volvería en cualquier momento con todo su enorme ejército, que los militares se fueron al cuartel, tiraron sus armas en el patio central y abandonaron sus puestos, dejando solo a Joaquín de San Martín, al Capitán y el carcelero, que prácticamente salieron huyendo para San Salvador al ver la rebeldía de los soldados.

Le pregunté a Anastasio si tenía planeado regresar al pueblo con su ejército, me contestó con un cortante -"síganme"- asi fue como nos perdimos por las veredas de la tierra de los nonualcos. caminamos durante mucho tiempo, pero Anastasio no parecía apurado, la caminata se tornó en un descanso para él lo pude percibir por las cosas que hablamos, por lo relajado de su voz y su paso. Entonces pude escucharle con mucha atención:

-"Extranjero, Meztli, mis padres y mis abuelos han heredado esta tierra por generaciones, cuando los padres de los abuelos de mi pueblo vinieron acá por primera vez, venían huyendo de la represión e injusticia de los grandes imperios del norte y del sur, que en nombre de los dioses sacrificaban a mujeres, niños y hombres, tal como lo hacen los hijos de Tonatiuh ahora. Esta tierra estaba deshabitada, abandonada, fértil, y los pueblos aledaños nos permitieron vivir aquí por un tiempo, cuando la tierra dio su fruto también trataron de quitarnos lo que con nuestro trabajo habíamos logrado, entonces le clamaron al más poderoso dios y él en respuesta hizo correr un río, una de sus mismas venas, el cual nos sirvió como límite contra nuestros enemigos, también envió grandes gigantes que se sentaron alrededor, se convirtieron en volcanes y cerros, y ellos fueron los guardas de la tierra nuestra, el más joven de los gigantes está justo en nuestra República Nonualca, los padres de mis abuelos no le dieron nombre, ya que esperaban la señal del gran dios. Este guardián nos sirve de escondite y de fortaleza, es el hijo menor de los volcanes, es el más valiente, porque es el único que tuvo valor de quedarse en el frente de batalla, está pequeño, aún no es un volcán, todavía es un cerro, yo lo admiro y le agradezco siempre, algún día seré como él, un guardián de mi pueblo."-

En ese caminar y escuchar, llegamos al guardián del que nos hablaba, el cerro donde nos habíamos escondido y donde Anastasio guardaba el dinero y bienes decomisados a los blancos hijos de Tonatiuh en pago por despojar a su pueblo de sus tierras. También guardaba armas. El líder de los nonualcos emitió un sonido extraño, imitando el canto de un ave, y al escuchar en lo alto del cerro una respuesta parecida, sonrió complacido, nos señaló con su dedo que alzáramos la vista y en la cima del cerro se encontraba un vigía saludándonos. Entonces seguimos a Anastasio Aquino a su cueva.

Dentro de la cueva Anastasio siguió hablando: -"cuando sea necesario esconderse pueden venir a este lugar, y si la muerte llegara a parecer inminente, aqui hay todavía una oportunidad, tú extranjero aún llevas en tu cuello el amuleto que te entregó el viejo, si la muerte te sigue y pareciera que te alcanza, vete hasta el fondo de la cueva, corre con todas tus fuerzas y cuando la oscuridad sea completa, toma el amuleto y lánzalo con fuerza hacia la oscuridad, entonces tendrás una oportunidad, gracias por ayudarme a salir de la prisión, Meztli, te encargo que de ahora en adelante cuides al extranjero, como si me cuidaras a mi, porque él arriesgó su vida por mi, por nuestro pueblo."-

Meztli sonrió a las palabras de su líder, entonces el guarda llegó a la cueva y dijo -"Comandante, los caballos están listos, pueden marcharse, que alegría verlo".

Nos marchamos con Anastasio por la noche, al llegar a la capital de la República, Tepetitán, Anastasio fue vitoreado y todos salieron a recibirlo con júbilo. Sin embargo el sereno semblante del líder parecía que presentía algo. A pesar de todo me sentí feliz, parte de la alegría de aquél sufrido pueblo.

Al día siguiente, las noticias llegaron, parecía que de San Salvador, los blancos hijos de Tonatiuh habían logrado reunir un ejército, integrado por indios amenazados a muerte para ellos y sus familias si no colaboraban con la causa de los señores feudales. El ejército iba a cargo del Mayor Cuéllar, Oficial del ejército respetado y temido, gran héroe de las luchas libertarias de El Salvador, educado en artes militares en el Imperio Mexicano. Al medio día un sacerdote llegó a hablar con Aquino, para convencerle de que se entregara al Mayor Cuéllar, ya que seguramente él lo derrotaría y mataría al enfrentarlo. Anastasio no dió paso atrás.

-"Si vienen a buscarme para convencerme de que abandone mi lucha, no pierdan su tiempo, porque la lucha que estoy haciendo no es por mi, ni por mi codicia, ni por mi familia, es por mi pueblo, que tiene tanta fuerza que ni siquiera yo puedo ya detenerme por mi voluntad, si el Mayor viena hacia Tepetitán, no lo dejaremos ni que se acerque a mi pueblo"-, con esas palabras Anastasio preparó a su ejército para otra batalla.

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