5.11.11

La República que no existe VIII

Durante toda la madrugada seguimos el rastro de los soldados, pero no los pudimos alcanzar, los nonualcos estaban exhaustos para cuando la luz le dió paso a la nueva mañana, finalmente, uno de los comandantes de Anastasio dió la orden que volviéramos a Tepetitán, y mandó a dos espías para que averiguaran donde se encontraba el líder.

Cuando entramos a la República nonualca (Tepetitán) se notaba que la noticia ya había llegado, todos esperaban ansiosos, con caras largas, unas mujeres llorando, los hombres con rostros de furia, todos estaban reunidos en el centro del pueblo, esperando indicaciones. Meztli se acercó a mi preocupada y con una manta en su mano, para limpiarme una herida que tenía en el brazo, de la cual no me había percatado. Nadie quería sentarse a descansar, todos estaban desvelados, pero su voluntad estaba inquebrantable y sentían el deber de seguir adelante para rescatar a su gran líder. Se dieron instrucciones de descansar y esperar la nueva estrategia.

Unas horas después llegó un cura, y se entrevistó con el segundo almando del ejército nonualco, parecía que había sido enviado no a negociar, sino a advertir que Anastasio sería colgado y que todos los del ejército nonualco, sus hijos y esposas correrían la misma suerte si no regresaban a servir a los nuevos amos de las tierras que les habían quitado, sometiéndose a la completa voluntad de los amos.

El pueblo y el ejército nonualco estuvo de acerdo en una sola cosa: primero muertos, antes de volver a la esclavitud, el maltrato y la injusticia de los hijos de Tonatiuh.

Casi al medio día, fui llamado por el comandante de los nonualcos, para preguntarme si estaba dispuesto a hacer una labor peligrosa, con el fin de tratar de liberar a Anastasio, sin dudarlo ni un momento les dije que si.

El plan era arriesgado, pero podría funcionar. Tenía que mezclarme con los ciudadanos de los pueblos nonualcos, y reclamar a Anastasio como un antiguo encomendero de su familia, en calidad de hijo ilegitimo de un criollo. Con la promesa de que yo mismo le daría muerte por rebelde. Me acompañaría Meztli y Juan. Tal vez funcionaba el plan, gracias al baúl de oro y plata que les entregaría a cambio del indio Aquino. Ese mismo día por la tarde partí y entré a los nonualcos por un lugar llamado San Rafael Obrajuelo, pregunté dónde tenían a Anastasio y todos me indicaron que fuera al cuartél y alli lo encontraría, me dirigí al lugar indicado y pedí hablar con el comandante de la guarnición militar, me contestaron que se encontraba en San Salvador, pero que de todos modos me pasarían con el carcelero y su encargado de las bartolinas, ya que era el de más alto rango que se encontraba en el cuartel en ese instante, el carcelero se encontraba al lado de una mesa en un corredor, completamente borracho y al pedirle que me llevara con Anastasio no dudó hacerlo ni un momento, ya que pasaban mostrándolo como un trofeo todo el día. Así de fácil, estuve frente a Anastasio una vez más. Al verme, el indio Aquino sonrió y me dijo, como sabiendo el plan, que no tenía nada que hablar conmigo y que no quería verme, el carcelero, queriéndo molestarlo, le exigió que me atendiera, amenazando con tirarle pedradas en la pierna herida.

Anastasio me dijo en voz baja que esperara un momento, ya que estaba seguro que el carcelero caería dormido de un momento a otro, y así fué. El hombre ebrioestaba completamente dormido y las llaves de las rejas estaban colgadas en un clavo a un lado de su mesa, era la oportunidad de escapar para El líder de los nonualcos.

Continuará...

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