24.6.11

Un viaje a la playa


Temprano más que cualquier día, los ojos se abren para contemplar los primeros rayos del sol, de un brinco fuera de la cama salgo directo a mudar mis ropas de dormir por las ropas veraniegas, voy a la cocina a preparar lo que el cuerpo necesita para funcionar bien, un suculento desayuno que ponga en boga los sentidos; una lechita con café, frijolitos fritos y un huevito estrellado, luego a empacar el almuerzo, pan, pollito con tomatada, un aguacate, sal y una botella de jugo congelado. Después de estar lista con todo en la maleta y los dientes lavaditos me puse en marcha; había dispuesto desde hace varios días escaparme este día a la playa.

Salí de mi casa a tomar el bus de la ruta 97 y me bajé en la parada que le dicen del trébol que es en un paso a desnivel que intercepta la calle panamericana en la entrada de Santa Tecla, y caminé hacia el lado de la gasolinera para esperar la ruta 102 que va directo hacia el Puerto de La Libertad.

Al llegar el bus me subí, tomé asiento y comencé a imaginar lo que encontraría a mi llegada a la playa. “Quería correr por la playa sintiendo la arena húmeda entre mis dedos, quería que el viento me envolviera tocándome travieso, jugando con mis cabellos, quería sentarme en una sombra a leer un libro y soñar historias fantásticas” iba perdida en mis pensamientos cuando me perturbó un murmullo entre los viajeros de atrás del bus, bajé rápidamente de mi nube y entendí lo que sucedía, era un borracho que molestando a una señorita hermosa encontró camorra con el acompañante de la fémina, tanto fue el alboroto que el motorista detuvo la marcha y decidieron bajar al bolo antes que seguir aguantando otras tarugadas, en calma ahora reanudamos el viaje. Al llegar a Zaragoza se suben vendedores de lo que se te antoja, mangos tiernos con chile y alguashte, naranjas peladas, jícamas con sal y limón, pupusas de arroz con curtido morado; - ¿verdad que se te antojan?- dulces, galletas, tostadas, chicharras y más; cuando todos teníamos nuestros antojos en mano se subió un señor que en su aspecto parecía ser un gran Don llevaba un bolso y un folleto en su mano y comenzó con un saludo muy respetuoso su discurso el cual trataba de los habitantes indeseados del tracto digestivo, sí, de los temidos parásitos, abrió su folleto y mostró las fotos terribles de estos invasores, al ver esas fotos repulsivas dejé mi mango con alguashte y terminé de escuchar al señor respetable que ahora con gracia sacaba de su bolso unos paquetitos de pastillas hechas con hierbas no se de qué, que nuestros ancestros cultivaban y que se ha transmitido en secreto de generación a generación y que hoy están disponibles y al alcance de todos por la módica cantidad de $1. 00; tenía revuelto el estómago, pensé que yo necesitaba 2 y rápidamente me dispuse a sacar el dólar para comprarme el tratamiento que me limpiaría el organismo, otros asustados como yo hicieron de igual modo así el señor respetable sacó ganancia de la venta de las píldoras mágicas que le heredaron sus ancestros.

Dejando las píldoras en mi bolso me dispuse a deleitar mis ojos por la ventana y me atraían las colinas tupidas de árboles me parecía que escondían misterios grandes. Divagando en la visión de dichos parajes creía caminar entre hojarascas y al mismo tiempo mis pies se levantaban en ese momento en mi imaginación me pareció ver una culebra colgando de un árbol y me causó tal susto que en realidad mi cuerpo saltó, abrí mis ojos y me di cuenta que me había quedado dormida arrullada por el sonido del motor del autobús y las vueltas en bajada de la calle que lleva a la playa, sentí colorados los cachetes, pero hice un movimiento disimulado como si algo de verdad hubiera pasado. Al llegar al desvío podía sentir ya el calor sofocante y la leve brisa marina que llenaba de sal mis narices, ¡ah! Como disfrutaba ese instante, hasta aspiraba más profundo para respirar el mar y cuando el motorista dijo “servidos” todos bajamos del autobús.

Me coloqué mi bolsón y empecé a caminar atraída por el sonido del mar como en mágico viaje, la calle quemaba a través de las sandalias que calzaba, al ver hacia abajo podía ver el vapor saliendo de mis bellos pies sin embargo disfrutaba esa sensación, continué hasta llegar a un callejón que me llevaría a descubrir el mar. Quería hacer todo como me había imaginado, quería hundir mis pies en la arena húmeda y correr sintiendo el golpe de la brisa en mi rostro despeinando mis cabellos así que dejé mis cosas envueltas en mi toalla y no las perdí de vista en todo mi recorrido pero al haberme alejado un poco se me olvidó y seguí caminando como soñando, iba pensando en que era el primer día de vacaciones quizá únicas que podría disfrutar en mucho tiempo, cerraba mis ojos y vagaba los abría solo para orientarme nuevamente; llegué al muelle y la curiosidad me atrajo, subí y lo que vi allí me sorprendió mucho, había criaturas tan extrañas que parecían sacadas de cuentos de ficción o películas de alienígenas, y no hablo de las criaturas marinas sino de personas, tenían sus cabellos quemados por el sol y la piel brillaba de la sal que los cubría, y necesitaban estar en contacto constante con el agua, hablaban de una manera extraña le decían a la gente que caminaba entre las lanchas y los huacales de conchas – “le limpio la colita” – “le doy la conchita, papayito” - y otras frases que parecía que insultaban pero luego comprendí claramente a que se referían, y era que ofrecían los frutos del mar. Al salir del muelle encontré a una señora muy masculina vendiendo “mangos cumbia” y minuta con fruta y miel de tamarindo e inmediatamente recordé que había dejado mi bolso envuelto en la toalla en la arena no se a cuanta distancia, corrí pensando en mis panes con pollo en tomatada que tenía para el almuerzo, corrí tan rápido que las chancletas se me subían hasta los tobillos; logré divisar mi toalla desenrollada y a un perro flacucho dándose banquete de mis panes con pollo en tomatada, como pude ahuyenté al chucho y pude rescatar el aguacate, arreglé mi bolsón sacudí mi toalla y haciendo cálculos noté que ya era hora para almorzar, así que como había sido víctima de hurto me dispuse a buscar un par de tortillas para comerme mi aguacate.

Cuando compré las tortillas me busqué una sombra (las cuales son escasas) y me acurruqué a disfrutar de mi cremoso aguacate, después me acomodé más y me tomé mi jugo que para esa hora ya estaba descongelado, saqué un libro para relajarme con una lectura, un cuento de tesoros escondidos en una isla, de repente la gente a mi alrededor ya no estaba y se había cambiado el azul del mar por un turquesa fantástico; me levanté para observar de cerca este cambio y en el horizonte acercándose hacia donde yo estaba vi un barco, me quedé esperando poder distinguir mejor de que se trataba, no que yo sea una experta en barcos más bien curiosidad. Al acercarse lo suficiente para verlo completo noté una bandera extraña pero claro dije “esto es un crucero” lo vi detenerse y lanzar al agua las anclas y bajaron en 2 barcas un grupo de personas, venían hacia la playa muy rápidamente, me quedé observando todo el movimiento de estas gentes; llegaron a la arena y bajaron un gran baúl, lo cargaron entre 8 hombres y uno que los iba guiando hacía cuentas con los dedos y dibujaba con un palo en la arena garabatos. Se adentraron en tierra y donde antes fui a comprar las tortillas ahora había un bosque de altos árboles y escuchaba a las aves y animales salvajes, los seguí porque me llamó la atención ese hombre que iba al frente del grupo parecía loco por los gestos que hacía pero todos los demás lo seguían confiados, continuaba haciendo cuentas con los dedos y apuntaba en un papel todo lo que decía, llegamos hasta una gran roca que tenía en la parte oculta una entrada como una cueva y hacia allí los vi dirigirse a todos siguiendo al hombre que hacía cuentas con los dedos, por la obscuridad de la cueva no pude ver más que pasaba, me quedé afuera esperando tener una pista de lo que adentro sucedía, podía escuchar los pasos de los hombres y los balbuceos de que los iba dirigiendo, al rato de esperar vi como la cueva se iluminaba y seguidamente se oían gritos y llantos extraños como un chillido y cesaron así como empezaron, luego oí cantos y risas y mucha algarabía tanto que no me contuve la curiosidad y me adentré en la cueva siguiendo la luz que estaba en el fondo. Cuando llegué al claro me encontré con que esas gentes tenían una reunión importante y los gritos y llantos que oí antes eran los de un lechón que ahora estaba en una vara en el fuego dorándose exquisito y del baúl sacaban cosas para el banquete, habían transportado hasta la cueva la fiesta de cumpleaños del hombre loco que hacía cuentas con los dedos que lo que contaba eran sus años exactos y parecía no decidirse; cuál era su edad, pero sea cual fuere los otros hombres vertían en tarros vino o cualesquiera bebidas que habían llevado.

Tranquila y contenta por lo que había visto comencé a salir de la cueva y a caminar hacia la playa pero me atacaron las hormigas, corrí y corrí, hacia las aguas del mar y estaba lavándome los pies cuando oí que me hablaron desde algún lugar “¡hey!, sálgase” asustada me incorporé y pude ver que era un hombre, era el hombre loco que yo había seguido hasta la cueva, pero ahora no me parecía tan loco y me dijo “Señorita, está subiendo la marea, ya no puede quedarse aquí” reaccioné y pude ver que las olas me habían alcanzado, me levanté y agradecida por el aviso me cambié de ropa y me conduje hacia el autobús para emprender el regreso a casa.





Por: Rocío

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