La República que no existe IV

Al salir por la noche a los campos de los nonualcos, pude ser testigo del gran dominio del terreno que tenía el ejército de Anastasio, esperaron la llegada de un espía, que les dijo que los campos estaban libres de tropas del ejército.

El recorrido había sido planificado de antemano, ya sabían a qué lugares dirigirse en medio de la oscuridad, al toparse con el primer tendido de alambre y estacas los hombres los cortaban y tomaban el alambre, las estacas eran removidas y algunas utilizadas como armas, ya caída la madrugada, en una parte del recorrido, otro de los espías se acercó a los comandantes de Anastasio, y les dijo que una tropa de unos doscientos hombres se dirigía hacia ellos, pues un terrateniente les había alertado de las huestes de los nonualcos mientras quitaban los límites de las tierras.

Sin tiempo que perder, los nonualcos formaron grupos y tomaron distintas veredas, yo me encontraba en el grupo que le haría frente al ejército, los otros dos grupos vigilarían la retaguardia y uno más estaría pendiente de las vías de escape para mantenerlas libres.

Anastasio estaba al frente junto con los indios que esperaban a la tropa, alcancé a escuchar que bromeaba con los demás diceindo: -"ahora que somos tantos no puedo decir treinta arriba y treinta abajo, así que por esta madrugada seremos cien"- los demás gozaban con su Comandante en el umbral de una batalla que estaba por comenzar, los cascos de los caballos del ejército se escuchaban cada vez más cerca en la oscuridad, dando un toque tenebroso al momento, todos miraban hacia los pequeños claros para poder distinguir las siluetas de sus enemigos, cuando de repente las nubes se hicieron a un lado y dejaron que la luz de la luna iluminara las veredas, descubriendo de inmediato las imágenes del ejército, -"¡Adentro santiagueños!"- gritó con una voz resonante Anastasio y sus huestes salieron disparadas al encuentro con los enemigos, entre gritos y ensordecedores alaridos los ejércitos se enfrentaron cuerpo a cuerpo, las lanzas de güiscoyol atravesaban y rasgaban las carnes de los soldados, que apenas lograban incorporarse para huir despavoridos ante la superioridad numérica de los santiagueños, el ejército no tuvo tiempo de utilizar sus armas, y en poco tiempo la mayoría ya habían sido sometidos, los pocos que habían logrado huir eran perseguidos y no tardaban en ser hechos prisioneros. Anastasio, jadeante y con una mirada de furia, se acercó a uno de los prisioneros, que parecía ser el que comandaba el ejército, lo tomó de sus ropas e hizo que se levantara, entonces le habló: -"decíle al General Guzmán que no sea cobarde, que no me decepcione y venga él mismo a buscarme, aqui lo espero, en las tierras de mi pueblo que él está entregando a los hijos de Tonatiuh, si no viene... yo mismo iré por él muy pronto"- el soldado, con una voz entrecortada le dijo a Anastasio... -"después de esta derrota... mi General seguro se quedará en la capital, mi Jefe por el momento es el General San Martín"...

El Comandante soltó al prisionero y ordenó que se le dejara ir como mensajero, posteriormente uno de los indios se acercó a su Jefe y le dijo que del ejército enemigo, 137 soldados le habían expresado su deseo de unirse a las huestes nonualcas. El Jefe indio sonrió, y dió la orden de retirada, todos se marcharon rumbo a Tepetitán, con otra victoria a la cuenta, gritando, cantando.

Anastasio se dirigió a mi, y me dijo: -"al amanecer descansaremos, por la tarde tengo una reunión con unos curas y terratenientes de san Vicente, quiero que estés ahi conmigo, para que escuches lo que los hijos de Tonatiuh quieren negociar"-.

Me quedé pensativo, no pronuncié palabra, y me limité a observar la algarabía del poderoso ejército indígena, que marchaba por las veredas y al paso otros indios se levantaban de sus humildes moradas, para saludarlos, obsequiarles agua, comida, y aplaudir su victoria.

Por: Dodo